Translate

Visitas

domingo, 25 de noviembre de 2012

Armas de la edad de piedra


Una piedra tallada en punta para que penetre bien en la pieza a cazar y atada en el extremo de un palo es un arma más eficaz que una simple vara de madera afilada. Construir una lanza así, con mayor poder de impacto y control, es un salto tecnológico muy notable. ¿Quién lo dio? ¿Cuándo? Unas puntas de piedra que se encontraron hace unos años en Sudáfrica, datadas en medio millón de años y analizadas ahora con un nuevo enfoque son, hasta el momento, el vestigio más antiguo que se conoce de esta técnica de armas de la edad de piedra. Sitúan esta tecnología 200.000 años antes de lo que los vestigios indicaban hasta ahora. Y una vez más, las cronologías de las huellas del pasado ponen patas arriba las ideas acerca de las capacidades de las especies humanas remotas: con 500.000 años, la lanza de punta de piedra sujeta a un palo sería una tecnología no del hombre contemporáneo ni de los neandertales, como se pensaba hasta ahora, sino del antepasado común de ambos, el Homo heidelbergensis.
“Esto cambia la manera en que pensamos acerca de las adaptaciones y capacidades de los humanos primitivos antes del origen de nuestra propia especie”, dice Jayne Wilkins, líder del equipo que ha hecho el descubrimiento. Fabricar armas de caza atando una punta a una lanza de madera requiere esfuerzo y planificación, pero aumenta su potencial de matar.
Estos científicos que han identificado las marcas en la base de las puntas de piedra de hace medio millón de años han realizado toda una labor detectivesca para demostrar su utilización como lanzas y publicar el hallazgo en la revista Science.
Los homínidos cazaban grandes animales hace ya, al menos, 780.000 años, recuerdan Wilkins y sus colegas, a la vista de los vestigios en restos de carcasas de venado encontradas en Israel. De hace 500.000 años es un hueso de caballo con una perforación que debió hacer una lanza y que se encontró en Boxgrove (Reino Unido). En cuanto a armas, fue descollante el hallazgo de unas jabalinas de madera —palos de abeto con las dos puntas afiladas, de hasta 2,30 de longitud— y perfectamente preservadas en agua que descubrió, en los años noventa, el arqueólogo Harmut Thieme en una mina de carbón en Alemania. Los humanos las utilizarían seguramente para cazar caballos, dado que se encontraron junto con muchos huesos de ese animal.