Después de décadas de consumo de cultivos transgénicos, los animales transgénicos para alimentación siguen atascados. La prueba es el salmón desarrollado por la empresa estadounidense Aquabounty en 1989. A este salmón se le han introducido dos modificaciones genéticas. La primera es un gen que regula la producción de la hormona del crecimiento de uno de sus primos, el salmón gigante (Oncorhynchus tshawytscha). Además, un “interruptor genético” permite al salmón producir esta hormona durante todo el año, mientras que el salvaje tiene reprimida la producción durante los meses de invierno.
El resultado, según la empresa que lo produce, es que el salmón tarda 18 meses en alcanzar los 100 gramos (en vez de los 30 meses que tardan los salvajes).
Después de 15 años de papeleos en Estados Unidos, Aquabounty consiguió en 2010 que la FDA dijera que su consumo era seguro. El argumento de la empresa es que no puede haber problemas porque la hormona es similar a la que tienen los salmones salvajes y que ya se consumen con naturalidad. “La FDA ha concluido que el consumo del salmon Aquadvantage es tan seguro como el salmón atlántico convencional”, afirma la agencia.
La principal preocupación era que rompieran el equilibrio ecológico
Entonces surgió el principal escollo: el ambiental. ¿Qué ocurriría si uno de estos salmones hercúleos y con anticongelante se escapara de la piscifactoría? ¿Romperían el equilibrio ecológico al imponerse sobre sus primos no modificados genéticamente?